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Cumpliendo 22 años hoy...


Había una vez una princesa que no quería crecer. Sabía que hacerse adulta significaba tener más responsabilidades, empezar a enseñar en lugar de sólo aprender, llorar por motivos más preocupantes que porque se le hubiera caído su almuerzo favorito en el patio, y enamorarse de un príncipe.

No quería tener responsabilidades porque nadie quiere nunca tenerlas, tampoco pensaba que fuera a ser capaz de enseñar nada (¿qué iba a enseñar ella sobre la vida, si siempre habría gente más sabia y experimentada?). Por supuesto, se negaba a llorar constantemente por la falta de dinero, por no encontrar un trabajo, por no tener una casa. Y odiaba el pensar que alguna vez tendría que casarse con un príncipe. ¡Qué asco!

Pero sucede que esta princesa, por mucho poder que tuviera, no consiguió burlar al tiempo, y los años fueron pasando sobre ella igual que sobre el resto de la humanidad. Y llegó un año, ni muy lejano ni muy cercano, en que la princesa miró hacia atrás y sonrió. Se alegró de haber crecido, de haber madurado, porque todo ello suponía conocer cosas nuevas y gente diferente.

Recordó a todos sus amigos de la infancia: Alicia, Maite, David Moreno, Francisco, Álvaro, Jose Manuel, Eduardo, Laura, Gema...

Recordó a sus amigos/as del instituto: Cristina Sánchez, Marian, Lorena Moreno...

Recordó a sus amigos/as de la universidad: Sheila, Inma, Laura...

Recordó a todas aquellas personas que habían estado ahí cuando realmente necesitaba apoyo.

Y aprendió que la edad es la mejor maestra del planeta, y que ahora, con lo que ha vivido, ya tiene algo que enseñar.


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